BORRASCA. En El Mundo, el escritor defendía la ejemplaridad de Cervantes. Antonio Lucas,
no se sabe si un poco escamado o francamente escandalizado, le pregunta: «¿Cervantes
como referencia de ejemplaridad?».
Respuesta: «De
ejemplaridad póstuma, que es cuando se concreta realmente la dimensión de un
hombre. Para mí el acierto portentoso de Cervantes es hacer de la cortesía la
piedra de toque entre el idealismo fanático que no soporta el humor contra ese
que no es fanático y hace uso de la ironía. Así se adelanta al idealismo
contemporáneo. O lo funda». [Sobre el concepto del humor cortés y mansurrón que
predica Gomá, véase su «Teoría del aguafiestas»]
El entrevistador vuelve a la
carga: «Pero en la vida de Cervantes hay momentos de oscuridad…».
Réplica: «No está probado
que Cervantes hiciera nada ilícito». Triple salto mortal desde la ejemplaridad
moral, o artística, o póstuma, o lo que sea, al código penal. El prodigioso
trapecista encadena un tirabuzón: «Es un error entender la ejemplaridad como
una plantilla que se aplica al individuo 24 horas al día y ante un tropiezo de
la norma quedas invalidado. No me gustan las medidas ejemplificantes en ese
sentido. Me emancipo de esa comprensión de la ejemplaridad como una nueva
inquisición. No me interesan los individuos que tienen conductas de catecismo.
Cervantes es un buen ejemplo. Con independencia de mil pequeñas anécdotas de su
vida, al final su imagen es luminosa. La ejemplaridad de Cervantes hay que
entenderla como algo completo y no puntual». En román paladino: Cervantes quizás
hizo algo feo, pero no hay pruebas de que fuese ilícito, y, en cualquier caso,
ello no impide que lo podamos tomar como una referencia de supina ejemplaridad
póstuma.
El coloquio resultaría realmente
ejemplar aunque sólo fuese porque demuestra la posibilidad de embutir todas las
palabras de una misma familia léxica en unas pocas líneas. Pero además ilumina la
lectura del libro Cervantes libertario,
en el que Emilio Sola habla de cómo «las élites cultas y bienpensantes,
políticamente correctas, en palabras de hoy» llevan desde el siglo XVIII
asesinando al Cervantes antisistema para convertirlo luego en una «amansada
mascota de Estado».
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CHUBASCOS TORRENCIALES. El
ABC Cultural pone a disposición de Gomá
tres páginas para que nos explique bien eso de la ejemplaridad póstuma. Escribe (y, en este caso, no hace falta traducirlo
al román paladino):
«Hay vidas humanas que
merecerían durar más allá del breve tiempo que les es concedido y que se
esfuerzan por elevar, con los materiales de este mundo, una obra pública y
patente que, gracias a su consistencia, burle ese mezquino plazo. Uno querría
darle a su vida una perduración semejante a la de las pirámides egipcias, que
siguen conmemorando el nombre del faraón en cuyo honor se levantaron siglos,
milenios después de su muerte. […] Vivir es el arte de elegir la forma de
nuestro cansancio futuro. Unos se consumirán en los afanes de una actualidad
transeúnte, espuma de los días, mientras que otros preferirán comprometerse a
largo plazo con la realidad durable y poner su cansancio al servicio de una
pirámide en construcción».
La conclusión la dibujó El Roto. Sólo hace falta cambiar un poco la leyenda, muy poco, apenas introducir
un matiz: «Las momias de los faraones intelectuales viven para la posteridad, la
gente en la actualidad transeúnte».
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DESPEJADO CON SOL. En el mismo suplemento, en el artículo de Andrés Ibañéz a propósito de Vindicación del arte en la era del artificio de J. F. Martel, se encontraba una defensa del humanismo, de una cultura vitalista, de la vida y para la vida, que el faraón –monarca y dios– se cepillaba pocas páginas después: «La vida humana no tiene que ser útil. Somos seres libres, nacidos para vivir, descubrir y experimentar la existencia, no empleados de una gigantesca factoría humana. Considerar al ser humano desde el punto de vista de la utilidad es verle como un animal de granja, o como un esclavo, o como una máquina». Incomprensible para la cultura funeraria de los promotores de obra pública faraónica.
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