El sexto gol que el Barça marcó
al PSG provocó un temblor de tierra, leve, pero suficiente para que el
sismógrafo más cercano al Camp Nou lo registrase. Ya había titular, «Terremoto
de emociones», y, para ilustrarlo, un sismograma con sus exaltados piquitos; sólo
faltaba poner la letra para armar dos páginas. Se requirió entonces la ayuda de
los expertos y todos estuvieron de
acuerdo: lo mejor que le puede pasar a la salud física y mental de una sociedad
y de sus miembros es que gane su equipo. He aquí sus palabras tal cual las parafraseó la crónica.
La psicóloga dice: «Estamos
en una sociedad emocionalmente enferma donde los mensajes positivos brillan por
su ausencia. Un mundo cargado de negatividad donde los medios de comunicación
informan de asesinatos, guerras, desgracias, una información que impacta sobre
las emociones de las personas. Por ello, la gesta de los jugadores del Barça
logra cambiar –aunque sea sólo por unos días– este discurso plomizo y pesimista
que cala día a día. O, en el otro extremo, las exigencias de una felicidad
ficticia».
Los especialistas en el «Universo
de las Emociones» corroboran que, en efecto, la felicidad no fue ficticia, más
bien provocó reacciones fisiológicas muy reales: «Un impacto
cardiorrespiratorio, neurológico, en las hormonas».
Y el profesor de
humanidades, experto para más inri en sociología de las emociones, echa mano de
jerga seudofreudiana –«La gente acudió contenida, con una autorrepresión [sic] de
la expectativa de la victoria»– y, por si no se ha entendido, repite la idea
tomando prestada la retórica electoral de Obama, más accesible para el vulgo lector –«Aunque
fuese políticamente correcto decir “sí se puede”, el sentimiento interno de la
mayoría no era este»–. Con el sexto gol se desató el paroxismo, futbolero y analítico:
«En un mundo en el que cada vez tiene más peso lo virtual, la comunicación a
través de las redes, lo que sucedió en el Camp Nou muestra la fuerza de las
personas, la importancia de cada uno. Cuando la gente se une, está junta
físicamente, se crea una fuerza colectiva, explica [el profesor] al referirse
al público (y recordando las rebeliones en la historia)». Es decir, el roce
hace el cariño y la revolución.
A estas alturas, la
crónica abre un requicio para la duda. Se permite dudar. Duda de sí misma: «El análisis podría haberse trasladado al extremo
opuesto. Instalarse en las teorías que vinculan la exaltación de los deportes
de masas, sobre todo el fútbol en este país, con un cierto adocenamiento de la
sociedad, el pan y circo de la época romana, y a mayor satisfacción más
docilidad social». Pero el conato dialéctico es rápidamente abortado: «La
realidad es que los intentos de adocenamiento social están hoy por todas partes». Así las cosas, no merecía la pena amargar, en un país con un serio problema
demográfico, el pronóstico de un «repunte de natalidad en las próximas
Navidades» realizado por el perito que cerraba la información, Gerard Piqué. En
fin, que uno de los pocos campos donde todavía resulta admisible un atisbo de confrontación
dialéctica es el de fútbol, donde, según decía el periódico, «ganar o perder es
la representación lúdica de la lucha por la vida».
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